Tartaruga
LIBRO DE POEMAS
PRESENTACIÓN DE LIBRO POR ARTURO CARRERA
CENTRO CULTURAL ESPAÑA – CÓRDOBA
2004
Aborda el tema de la escritura como la marca de una memoria corporal que se inscribe en el poema.
PRESENTACION DEL LIBRO TARTARUGA
CENTRO CULTURAL ESPAÑA-CÓRDOBA – 10 DE DICIEMBRE DE 2004
UN DIABLITO APRETADO ENTRE DOS PIEDRAS – ARTURO CARRERA
En su precioso capítulo “El libro de la naturaleza”, Curtius, el autor de Literatura y Edad Media Latina, refiere que uno de los lugares comunes del concepto popular de la historia, consiste en decir que el Renacimiento se sacudió el polvillo de los viejos pergaminos, con el fin de leer en otro libro: el libro de la naturaleza o del mundo. Y así nos muestra cómo esta idea ya estaba en la antigüedad, pero sobre todo en la Edad Media latina; y cómo se hablaba del libro de la experiencia, del libro de las criaturas, del cielo como libro, del libro de la razón y hasta del libro de la naturaleza. Y cómo, ciertamente, en todo caso las referencias al libro en sí mismo y a la escritura, y a los utensilios de la escritura, comparados con partes del mundo viviente, adquirían un nuevo espesor, un nuevo sentido.
Y aquí viene también Tartaruga, el libro de Claudia Santanera: una manera nueva otra, otra vez, otra más, de mirar el libro de la naturaleza. O en todo caso una manera de insistir, de resistir nuevamente, en la naturaleza como libro.
Pero también podríamos decir como Pierre Reverdy que la poeta vio en la tortuga la imagen absoluta de la poesía. El movimiento poético fue esa tentativa de transformar las cosas y las criaturas del mundo exterior –que tales como son permanecerían extrañas para nosotros– en cosas asimilables y cambiadas por la escritura siempre tenaz y única de los poetas. Pero quizás esa comunión reside, insiste Reverdy, más que en cualquier otra fase de la operación poética, en la formación misteriosa de la imagen. La epifanía es ver, es decir imaginar otra tortuga. Pero verla a través de cada poema, su silueta de luz y sombra, en cada poema, en cada palabra, en cada sílaba, en cada fonema o corazón, en cada mente o átomo, en cada actividad caligráfica o vida.
El primer poema del libro ya es un caligrama motivado que responde a la oposición cielo/tierra o a la sicigia o conjunción espacio-tiempo. Ya es el acto de transmutar de la realidad exterior una realidad otra, única, minuciosa, pequeña y tan detallada como un movimiento que nos inmoviliza hasta fascinarnos.
Pero es en uno de los primeros poemas donde Claudia esboza la clave de su libro:
Sin pausa
Sola
Escribe un largo poema
Tartaruga
Separa la arena
Guarda muy adentro cada frase
Pueden escucharse
Los sonidos de su cuerpo
Lentamente
Se hace escritura
Lo que sus patas borran
Allí está cifrado el enigma. La escritura es borradura, arena y agua escritas, pero asimismo imago tatuada en la coraza de la tartaruga. Tartaruga evoca su nombre italiano pero su etimología remite a la forma, al barroco de sus patas como retorcidas o torcidas, a su caparazón infinitamente cuadriculado, a la extracción del diablito del cieno de un Nilo, porque también ése es el otro lado, el más oscuro y secreto de la Tartaruga –habitante de la noche infernal, y del miedo del Tártaro.
No hay luz, dice un poema –pero en la noche de la piedra / los ojos hacen guardia muy abiertos.
La tartaruga vigila. Es la forma que concentra la forma.
Pero el segundo caligrama del libro tiene la palabra ala / aleta / aurora / arena / oro / agua.
Parece aludir al desplazamiento del sentido, e invisible en el encuentro, parece tropezar con el sentido, asomarse como una presencia que nos embauca, apenas, en el poema donde el agua es vidrio que se rompe en ella/ que es a su vez una pájara del agua sin ropaje
Con una escritura que marca un aleteo acuático o terroso, un ritmo hecho de espacios interestróficos y abolición de los signos de la puntuación arbitrarios, la arrastrada avanza en su misterio: ¿qué es, quién es esa criatura tan extraña y circular como una moneda, posada sobre una hoja de rosa acuática que la sostiene en su alcancía de agua?
La tortuga está en el cosmos, abierta, es una hiperconstelación de mitos, de infiernos, de fuegos, de centelleos y está abajo también, en lo ancilar, en lo más doméstico, en el patio trasero, en el fondo del aljibe,
es la poesía en su cueva pedregosa,
en el último estante de la librería, encogida, resistente,
es un libro rugoso de poemas,
su presencia discreta pero inextinguible,
secreta, oculta, pero inderrotada.
Tartaruga tiene la belleza de un puzzle.
Tiene la forma de la contracción, la gracia del estilo, un adagio dice que las formas que buscan el aislamiento provocan el retroceso interminable del que se aproxima sin embargo lentamente, paso a paso, hacia la misma forma…
Y la belleza es un rompecabezas. Cualquiera que quisiera representar algo bello, o nombrarlo, debería moverse en ese laberinto discreto de lo intangible y de la innombrable. Tomar un pedacito y armar lo archimboldesco bello con mil cosas y seres bellos: es la apuesta de la belleza.
Una indiferencia de oposiciones resuelta en el instante de la fascinación por la belleza misma. Por eso da miedo; por eso se dice: no entiendo “el rompecabezas del miedo”.
No puedo llegar a armarlo. A completarlo.
A contemplarlo.
La imagen avanza desde la realidad hacia el poeta.
Asciende. Borrosa de tan clara.
Desde la conciencia espantosa de la realidad
al interior del carapacho, de la caparazón,
de la concha de lo misterioso.
Es el movimiento hacia el poeta. El que busca su indiferencia, su belleza.
La belleza en él es el carpe diem de lo bello.
Carpere (tomar, visionar) lo más precioso (aunque sea feo, como pensó Chesterton lo bello de lo feo, como la bella tartaruga) y antes de que se nos escape por su tangente perpetua.
Tartaruga ya no es otra cosa sino la conciencia de algo bello. Desde la elección del nombre, la evolución de cada fragmento que podríamos llamar poemas, hasta el fractal más secreto de lo dicho. Todo, absolutamente todo hace alarde de una lentitud de lo estético que se enfrenta una y otra vez, y que se rompe y cristaliza una y otra vez
contra la velocidad de la maravilla horrible que llamamos natural
y muchas
muchas veces
real.
Arturo Carrera