REVISTA HABLAR DE POESÍA 

Buenos Aires N°15 junio 2006

Por Horacio Félix Herrera

Preludio. “El artista –dice Jaspers, a propósito de Van Gogh- tiene una necesidad tal de realismo, que retrocede
ante cualquier tema abstracto o místico, por mucho que le tiente, limitándose a pintar, ni más ni menos, el mundo inmediato que lo rodea; es este mismo mundo el que llega a adquirir categoría de verdadero mito, al hacerlo trascendente acentuando su realidad.”

Receta para en-cantar la realidad: por su intensificación, por su elevación a la categoría de mito; dos operaciones del arte poético que Claudia Santanera practicó con lucidez, destreza y pasión de alquimista en su libro tartaruga.

Se valió de versos cortos, transparentes, objetivos, luminosos; de un fraseo ágil con predominio de verbos y sustantivos; y de la combinación de elementos dispares cuando no opuestos: los registros mínimos y las proyecciones míticas, la asimilación de naturaleza y escritura.

Primer anillo: Physis. Cioran, hablando de Henry Michaux, dice: “Sus escrúpulos habrían de conducirlo hasta el fetichismo de lo ínfimo, del matiz imperceptible, tanto psicológico como verbal, reanudado indefinidamente con una insistencia jadeante. Ser uno con el vértigo por medio de la profundización; tal es para mí el secreto de su búsqueda”.

Tartaruga, notación poética de la tortuga biológica: su evolución desde un origen alado y anfibio, la danza lenta, ancestral de las costumbres, las mutaciones imperceptibles, los ciclos, el desovar, el nacer, el primer descascararse, la llamada del agua y de la arena, el empujar del sol y del viento, la marcha a los trópicos. Y el gotear, el sumir de la sangre por las heridas tibias, la mutilación, el accidente; lo fatal de la carne:

la sed, “En el salitre/ queda el cuerpo de la sed”, quizás la fiebre, el delirio, cuando “se acercan y se alejan las palabras”;

el miedo que “intoxica”, “…pica/ deforma lo mirado en el silencio”;
el dolor, “ese ardor./ Cotodiano, estéril”, “la segunda de las muertes/ que tampoco llega”, y cuando aparece, “descansa con la boca contraída”.

Segundo anillo: Fábula. En contrapunto con lo experimental, la personificación de la tortuga: percepciones humanas, contacto sensible con las cosas, intelección de la realidad, sensaciones (memorias, celebraciones, bautizos, anhelos, golpes: “para siempres” que caducan, “coronita de flores secas”).

Tercer anillo: Siesta. Una tartatuga familiar y doméstica, genio del domus, del lar, se arrastra desde “los restos de otra infancia”, el país de “las niñas de la siesta”, esas espías que sueñan despiertas, velan a los mayores, persiguen ángeles que se esconden en aljibes, “mientras los canteros se desbordan” y los insectos revolotean en patios insolados; almitas zumbantes que rondan la tortuga, recorren las aguas turbulentas o quietas del libro, las lagunas, el arenal. La hora en que se descubre cuánta ceniza en los cuerpos, cuánto misterio en penumbra de partículas.

Cuarto anillo: Mito. En la fragua de la poesía, la tortuga terrestre muta en tortuga de las cosmogonías, doble del Universo; el caparazón-hemisferio representa la bóveda celeste y la tierra.

El caligrama que abre el libro, síntesis poética-visual de esta imagen cósmica, es una toma zenital de esta tortuga: el caparazón dividido por el horizonte-línea de escritura- donde “En cada beso vuelven a tocarse// los labios de la tierra/ con los del cielo”.

La tortuga original, asociada con las aguas, no sólo tiene alas, sino aletas; topografía uránica que interpreta el segundo caligrama del libro, donde el poema dibuja esa tortuga alada-pilar y mediadora del cielo- y con aletas-asociada a las aguas primordiales.

“Tan lejos han quedado/ las primeras alas/ bajo aquella música de arena”; en la caída evolutiva, la tortuga perdió el vuelo, y en esa falta, en esa falla, hace nido la escritura de Claudia Santanera, se cobija

en los ombligos mal cauterizados de lo inconcluso, “En cada cuerpo impar/ una cicatriz se oculta”. “Buscan cuatro patas/ mundos diferentes”, clave poética del libro; ¿cifra existencial de la poeta? ¿Acaso la poesía no es balbuceo de lo perdido?; ¿no intenta, tortuga mítica, religar el cielo y la tierra?

Quinto anillo: Letra. El discurso de tartaruga admite dos lecturas que se superponen y transparentan, se confunden y espejan, porque

tartaruga no pertenece sólo a la zoología y al mito, es la escritura misma: rasgos cuneiformes de su concha, ideogramas en el barro, reguero de signos; “Raro dibujo de huellas/ que quieren borrar las huellas”.

El Libro de los Cambios o I King –cuenta Borges- está hecho de sesenta y cuatro hexagramas, que agotan las posibles combinaciones de seis líneas partidas o enteras; un emperador prehistórico de la China había descubierto los esquemas en el caparazón de una de las tortugas sagradas.

Caligrafía de tartaruga: la escritura del cuerpo, el cuerpo como escritura.

Sexto anillo: Tacha. Dice la poeta: “Lentamente/ se hace escritura// lo que sus patas borran”. Lo que se escribe en la página, ¿se hurta al mundo? ¿La letra borra imagen y memoria?; ejercicio de recuerdo y supresión; escamoteo. “Al nombrar/ los rostros se convocan/ y otra vez se desconocen”. Capturar el reverso de la realidad, lo sumergido del témpano, el aura de las cosas.

Escribir, volverse –como un Orfeo- para mirar el mundo, pero al volverse, el mundo desaparece.

Y lo escrito también se deslíe: “De aquel camino/ queda solo arena”, entonces, “Una,/ y otra vez volver”. La escritura,

elisión y partenogénesis: “Nueve gotas se desprenden/ una tras otra/ urgentes hacia el nido”, ese “racimo blanco bajo tierra”, en la playa, “Muy lejos del hambre”. La escritura, memorial de la ausencia, lo ido se intensifica en el recuerdo: “El agua crece en su memoria/ pero el mar ya no regresa”.

Séptimo anillo: Alegoría. En tartaruga, los términos se invierten, hablar de las tortugas es hablar del acto de escribir, y viceversa; un lenguaje objeto que es, al mismo tiempo, su metalenguaje.

La escritura, tartaruga, materia viva, reptante, respirante. Y así,
como la escritura arrastra desechos semánticos, pausas, silencios, el reptil “arrastra/ otras criaturas de la sombra”: insectos, hojas, semillas. “Tira con fuerza el carromato.// A cada paso cae/ golpea”.

Nace la tortuga y nace el poema: “Cuando llega el momento/ la corteza se hace blanda.// Surgen/ muy peque- ñas/ frutas por mitades// Comienzan a llamar con diferentes voces:/ los peces,/ las aves de plumaje inmóvil// …pero reptil nace la fuerza/ para mantener los ojos muy abiertos”.

El poeta, partero y vigía: “en la noche de la piedra/ los ojos hacen guardia muy abiertos”.

Octavo anillo: Aporía. “!Qué sombra de tortuga/ El alma, Aquiles quieto a grandes pasos”-dice Valéry en El cementerio marino. Y en tartaruga, lo móvil y lo inmóvil se confunden bajo su escudo, ya no hay negación de términos, sino sumersión bajo el orden cósmico.

Se habla de “la quietud de las pisadas”, pisadas testigos, signos, escritura del movimiento. ¿La escritura como fijación del devenir?; ¿o un fluir que impone al movimiento su propio ritmo?

A la tortuga de Zenón, a tartaruga “La empuja el sol/ hasta que al fin/ se sumerge con su sombra”, “y la sombra no puede cruzar la calle”.

En ambos poemas, la sombra está presente junto a la lentitud, la sombra fiel que sigue la traslación de los cuerpos, que sugiere el principio inmóvil del movimiento.

Coda. tartaruga, “Tan cercana en su silencio”, “fue tragando hasta la última palabra”. Palabra y silencio, callar que fija la letra, silencio hecho materia, contraído, encerrado en sí mismo; microcosmos, símbolo de la introspección, la tortuga

“busca refugio en la arena”, y la poeta sigue sus rastros, husmea vestigios; maga, lee la cursiva de las patitas y descifra las cuñas del caparazón; chamán, transporta su figura al cielo. Su gesto poético vuelve a lo primordial:

“Haré un nido en la ceniza para encontrarla.”

No obstante, Claudia sabe que “Todo es tan lejano”, y que la poesía estira sus brazos de Tántalo; “Alguien acaricia la tortuga y piensa que puede poseer el mundo.”