LA SOLEDAD QUE PRECEDE AL NACIMIENTO

La soledad que precede al nacimiento es una instalación presentada en el marco del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española realizado en Córdoba en marzo de 2019, que se propone investigar las relaciones etimológicas entre escritura y tejido a partir de la práctica artesanal de la cestería. Un desandar el tiempo y el espacio en busca de una expresión originaria que elabora un repertorio de denominaciones específicas para llevar adelante la vida cotidiana. El nombre extraño a la lengua oficial deviene un principio poético que evoca retazos y fragmentos de un mundo perdido. En las manos tejedoras hay información acerca de la imagen y el origen de la palabra escrita.

La muestra se propone como una construcción conceptual del proyecto Caranday que recibiera la Beca en Artes Visuales del Fondo Nacional de las Artes 2018.
Su cualidad experimental y relacional propone pensamientos sobre los modos de escrituras actuales, remitiéndose al lenguaje ancestral del tejido como materia prima.

La instalación reúne diferentes objetos tejidos en palma caranday, realizados por un grupo de artesanos del pueblo de Copacabana, localizado al norte de la provincia de Córdoba, con los que Santanera se propuso compartir su visión sobre la escritura, accionar con ellos y presentar en esta oportunidad parte del proceso que se lleva adelante desde mediados de 2017.

Esta muestra cuenta con la participación especial del artista Andrés Oddone quien compuso una pieza sonora dedicada especialmente para esta muestra.

CURADA POR CARLOS HERRERA. ARTISTA INVITADO ANDRÉS ODDONE.

MUSEO PROVINCIAL EMILIO CARAFFA DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA DEL 22 DE MARZO AL 21 DE ABRIL DE 2019

 

EN PALABRAS DE CARLOS HERRERA / Curador de la muestra.

ALIMENTO
Sobre la fe y la mano.

Los caminos del hacer y del deseo por entender el destino del hombre nos proponen un encuentro entre partes que trasgrede todo tipo de comunicación convencional.
Hay humanos que deciden viajar por el mundo para llenar el hambre de un Dios, hay humanos que pasan la vida encerra- dos en un convento pidiendo por un Dios que calme la hambruna del ser. Entonces Dios se transforma en el comunicante de una realidad insatisfecha o rellena de bocados de alivio. Las personas de fe son un enigma global. Creen y se alimentan.

Pienso en la posibilidad de multiplicar el pan y me imagino grandes industrias pasteleras generando empleos de manera desmedida. Familias organizadas, cachetes rosados y el placebo del tragar satisfecho. La fe se transforma entonces en una posibilidad escasa, material, de relleno. El estómago es una maquina hermosa, de lo más parecido al alma. Pide y se alimenta.

Sobre el alma y la mano.

Recuerdo al verla la conexión que existe entre la mano y el estómago. Una línea directa de recursos satisfactorios que alinean el poder ser. Estar presentes.
No me queda claro si el alma es el patrón de uno o si es como una camiseta que uno se pone o se saca dependiendo el humor del día. Un canal de manifestación o una entidad de apego. Lo que sí creo entender es que el ritmo de la vida le toca su más profundo cometido y me hace sentir cosas cada vez que ella reposa sobre la espalda. Un día la vi.

Mi madre decía que a los muertos nunca había que acercarlos a un espejo, porque el alma se quedaría en la tierra. Con nosotros.

Sobre la escritura y la mano.

Hay un modo de hacer que comunitariamente adquirimos, códigos que nos abren portales de fe, frases de amor, dibujos en la piel y amuletos que al colgar transforman.
La historia del mundo se ha contado de numerosas maneras y se ha pluralizado para dar cuenta de lo que somos o tal vez para simplemente creer en nuestra existencia a través del otro. ¿O a caso en soledad nos transformamos en piedras sabias?

La nada es mentira, no existe.

Rezo un Dios te salve María saltando una soga para reforzar cada palabra, camino rutas a pie para recordar cada piedra, tejo con mis manos un canasto gigante donde dormir. Donde nacer.

Carlos Herrera / febrero de 2019 / a Claudia Santanera, una piedra sabia.

EN PALABRAS DE MARIANA ROBLES / Área de investigación Museo Caraffa

CARANDAY O LA FICCIÓN DEL ORIGEN

Retomando un viaje de su infancia, un hermoso camino serrano rodeado de montañas y ríos, Claudia Santanera llega a Copacabana, pueblo artesano, en el departamento de Ischilín. Los artesanos de esa zona son conocidos por la producción de cestos tejidos con finas y dóciles hojas de verde caranday. El tejido de caranday es una huella contundente de un antepasado extinto que logra persistir en la urdimbre y la trama vegetal y, por último, en el espiral, patrón formal que configura el movimiento circular de cada canasto. El cruce entre el pasado y su actualización es un verdadero acontecimiento fenomenológico: el tejido es la condición de posibilidad de un encuentro entre lo que fue, es y será. En este sentido, el tejido se convierte, a su manera, en el único recurso para una historia de la comunidad que retoma la lógica de una temporalidad que no es ni lineal, ni cristiana. Reproduciendo, una y otra vez, el primer tejido se tiende una hebra invisible que recupera la unidad perdida entre el hombre y su ambiente, la meditación que sobreviene con el tejido, el silencio de la labor artesanal, permite la perdida de todo concepto. El que teje se sumerge en un silencio de árbol, un profundo sonido de tierra, un sereno estado de cielo.

La urdimbre y la trama se mueven en dos universos enlazados que escriben y describen una visión interna/externa (que nos posee y que nos excede, a la vez) y que configura una manera particular de ser en el mundo. Santanera imagina una ficción del origen donde la infancia tramada en el paisaje serrano despierta balbuceante. La unidad entre esa lengua antigua propiciadora del ritmo de infancia, cadencia y ríos sonando, es posible gracias a las ficciones mudas, o condición de posibilidad de toda habla, que Santanera ejecuta como variantes morfológicas. La instalación La soledad que precede al nacimiento es una partitura en el espacio, es el reflejo de un lejano lugar en las sierras de Córdoba instalado ahora en las salas de un museo, donde nuevamente parlan.

Dice Pascal Quignard: “Todos colaboramos en la realización de una obra única. Heráclito decía que aun los que duermen trabajan en una obra y colaboran con lo que produce el mundo. El hombre es tan indiferente como el sol, el viento o un animal salvaje,” Así, los tejedores sostienen un tiempo y espacio ritual, irreproducible en las regiones de la geometría, ordenan visiones cosmogónicas dentro de sí, ven el magma del mundo nacer con cada tejido y salvan silenciosamente la correspondencia entre la estrella y su reflejo, entre las raíces y sus ramas que se desvían al cielo.

El cuerpo interviene de manera contundente en el hacer artesanal, en la práctica concreta de elaboración, se diferencia radicalmente de la matriz intelectual. En este contexto, donde la mirada y el lenguaje se ramifican en la carnalidad, donde el cuerpo escribe, teje y enuncia Santanera piensa un tipo de escritura material que no se limita a la relación de signos y significados sino que, más bien, se acerca a la descripción de Silvia Rivera Cusicanqui sobre Waman Poma de Ayala: “Éste es un poeta, en el sen do aristotélico del término: creador del mundo, productor de los alimentos, conocedor de los ciclos del cosmos. Y esta poiesis del mundo, que se realiza en la caminata, en los kipus que registran la memoria y las regularida- des de los ciclos ancestrales, se nos figura como una evidencia propuesta”.

[…] “Desde antiguo, hasta el presente son las tejedoras y los poetas-astrólogos de las comunidades y pueblos, los que nos revelan esa trama alterna va y subversiva de saberes y de prácticas capaces de restaurar el mundo y devolverlo a su propio cauce”. Santanera al crear su propia ficción del origen, donde poesía y paisaje se confunden, recurre a la cestería como modelo lingüístico-corporal. En el aparato hermético del tejedor el origen aparece una y otra vez, poesía entre hebras, crece y se ramifica.

Cada tejido sucumbe al desborde. La magnitud de la obra revela ese exceso pero también impiadosamente su falta, la herida abierta, al mostrarnos descarnadamente que ni el monumento ni la espectacularidad de la escala podrán romper jamás la estricta insignia del ritual: la repetición. Arturo Carrera en Ensayos murmurados se pregunta: “¿Qué es la legibili- dad? ¿Hay un límite tangible entre lo legible y lo ilegible? ¿Dónde está tu sen do sino en su desborde “original”? y, más adelante, Lévy Strauss en su precioso libro Mirar, escuchar y leer, nos habla de cómo la criatura humana teje el dolor. “Es la imagen industriosa e ín ma del tejido de una cesta: la frágil cesta de hojas, de hilos, de mimbre. Y allí está, otra vez, también, la imagen de san Juan de la Cruz tejiendo día a día sus ces llas”. El dolor es también lo que el ritual sintoniza, la fuerza impredecible del nacimiento, la geografía olvidada en la distancia materna, la potencia de lo que escapa y nos supera, aunque el cuerpo dice y el cuerpo hace la alegría de tejer y de crear, entonces, las penas se colman, se van al río de todas las gotas abiertas.

Claudia Santanera escribe el espacio con sus cestos, vuelve las palabras, los silencios y toda la operación combinatoria de la escritura en instalación textil de palma de Caranday. Un hermoso poema Mamá teje de Beatriz Vallejo dice: “Sólo existen tus manos, / la hebra que trae, a cadencias / el murmullo de un dialecto lejano. / Más allá del mar. / Al pie de la mecedora, / con la muñeca de ojos fijos / viajo con go en tu ovillo. / yo que soy una flor/ en tus laderas de esmeralda /entiendo mirándote/el lenguaje de la bruma. Es esa tenue bruma, como la frágil nubecita en los ojos de un bebe recién nacido, eso que se pronuncia en el límite y se desdibuja en la emisión, un eco tímido e íntimo, que se despliega vital en la anatomía de las cosas, se pega al mundo, amalgama para no separarnos jamás de él.